EDUCACIÓN: Deserción de docentes menores de 40 años, el cansancio de educar en soledad.
Hay cifras que deberían conmovernos más que cualquier titular. Según los datos públicos del Ministerio de Educación (Mineduc, 2025), 22.949 docentes menores de 40 años han desertado del sistema escolar chileno. No se trata de simples estadísticas: detrás de cada número hay un profesor o profesora que se retira, muchas veces en silencio, porque enseñar en Chile se ha vuelto una tarea solitaria en medio de la indiferencia institucional.
El fenómeno no es nuevo, pero su magnitud revela una fractura profunda. Elige Educar (2024) advierte que gran parte de los docentes abandona antes de cumplir cinco años de ejercicio profesional. El último informe TALIS 2024 de la OCDE señala que seis de cada diez profesores chilenos presentan altos niveles de agotamiento emocional, y que uno de cada tres no recomendaría la profesión a sus estudiantes. Son datos que no hablan solo de cansancio, sino de una pérdida del sentido de educar. Como advierte la UNESCO (2023), cuando los sistemas priorizan la eficiencia sobre el bienestar, “la enseñanza pierde su humanidad”.
Las reformas estructurales, como la Carrera Profesional Docente, han mejorado los incentivos económicos, pero no han logrado detener la deserción. El Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE, 2024) confirma que el abandono se asocia principalmente a la sobrecarga administrativa, la falta de acompañamiento y el escaso reconocimiento profesional. La escuela no está diseñada para cuidar a quienes sostienen la educación desde adentro.
A ello se suma un factor cultural: en Chile, la docencia aún se percibe como vocación más que como una profesión con alta responsabilidad social. La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI, 2022) recuerda que la retención docente depende no solo de los salarios, sino del prestigio simbólico que una sociedad otorga a sus maestros. Allí donde se les respeta, permanecen; donde se les exige sin reconocerlos, se van.
Si queremos revertir esta crisis, debemos repensar cómo acompañamos a los docentes nóveles en sus primeros años. No basta con formarlos bien; es necesario sostenerlos, orientarlos y reconocerlos como actores esenciales del desarrollo del país. Crear programas de mentoría, fortalecer redes de bienestar y promover liderazgos pedagógicos colaborativos son pasos urgentes para detener esta hemorragia silenciosa.
La deserción de casi veintitrés mil profesores jóvenes no es un problema técnico, sino ético. Cada maestro que se va deja una huella inconclusa, una comunidad más vulnerable y un país que pierde una parte de su futuro.
Y frente a ello, la pregunta inevitable es: ¿Qué tipo de sociedad construimos cuando permitimos que quienes enseñan la esperanza sean los primeros en perderla?
Por Juan Pablo Catalán, académico e investigador de Educación UNAB.
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