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¿Y qué tanto con la electromovilidad en minería? Donde operan los camiones más grandes del planeta.

Cuando escuchamos hablar de electromovilidad, solemos pensar en autos eléctricos en la ciudad, con su promesa de menos contaminación y menor ruido. Sin embargo, la discusión se vuelve mucho más compleja cuando trasladamos la idea al mundo de la minería, especialmente en el norte de Chile, donde operan los camiones más grandes del planeta.


En faenas a más de 3.000 metros de altura, estos camiones de carguío y transporte —conocidos como “CAEX”— pueden llegar a pesar más de 400 toneladas cargados. Tradicionalmente, funcionan con motores diésel, cuyo costo de operación total (CTO) puede bordear los 120 a 130 dólares por hora, dependiendo del precio del combustible. Un camión eléctrico de batería promete reducir ese costo a cerca de 80 a 90 dólares por hora, principalmente por la menor dependencia de combustibles fósiles y la reducción en mantenciones, ya que los motores eléctricos tienen menos partes móviles.


El problema es que no basta con mirar el ahorro unitario. Cada CAEX consume entre 3 y 4 MWh de energía diaria en operaciones continuas. Para alimentar una flota de 30 camiones se requerirían alrededor de 100 MWh al día, lo que implica instalar subestaciones eléctricas robustas y redes de distribución capaces de sostener potencias instantáneas superiores a los 20 o 30 MW para los ciclos de carga rápida de las baterías. Dicho en simple: la infraestructura eléctrica de una mina tendría que ser rediseñada casi por completo.


¿Y qué pasa con la energía? El norte de Chile tiene una de las mayores radiaciones solares del planeta, y también un excelente potencial eólico en la costa. Una planta fotovoltaica de 100 MW, considerando rendimientos reales, podría producir alrededor de 250 a 300 MWh diarios, suficiente para cubrir la demanda de una flota de este tamaño. Pero eso implica destinar más de 200 hectáreas de superficie para paneles solares, además de resolver la transmisión eléctrica hacia las minas, muchas veces ubicadas a más de 150 kilómetros de los puntos de generación. Las pérdidas por transmisión en esas distancias pueden superar el 8%, lo que obliga a sobredimensionar la capacidad instalada.


Entonces, aunque la electromovilidad en minería es una oportunidad real para reducir emisiones y costos, también representa un desafío gigantesco en infraestructura y planificación energética. No se trata solo de “cambiar el motor”: significa repensar cómo generamos, distribuimos y almacenamos la energía en zonas extremas del desierto.

En un país que apuesta fuerte por las energías renovables, la gran pregunta es si podremos avanzar al ritmo que exige la transición. La electromovilidad en minería no es un sueño imposible, pero sí un proceso de largo plazo que requerirá inversiones millonarias, coordinación entre sectores y, sobre todo, una visión clara de hacia dónde queremos mover el futuro de la minería chilena.


Manuel Reyes

Facultad de Ingeniería UNAB